jueves, 28 de enero de 2016

LA MÁQUINA DE CANTAR. Colección de juegos literarios del profesor Rubén Quirogas. Robinson Quintero Ossa. Aguijón Editores

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LA MÁQUINA DE CANTAR
Colección de juegos literarios del profesor Rubén Quirogas
del poeta Robinson Quintero Ossa
 Aguijón Editores. Septiembre 2015


No queremos estar tristes
Es demasiado fácil
Es demasiado tonto
Es demasiado cómodo
Hay ocasiones en que con demasiada frecuencia
no es muy difícil que digamos
todo el mundo está triste
No queremos más estar tristes 

Del poeta transiberiano Blaise Cendrars
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14.5 x 21.2 x 1.2 cms. Páginas. 200
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Robinson Quintero Ossa
Caramanta, Antioquia, 1959. Poeta, ensayista y periodista literario. Licenciado en Comunicación Social y Periodismo por la Universidad Externado de Colombia. Libros de poemas: De viaje (1994), Hay que cantar (1998) y La poesía es un viaje (2004). Ediciones Catapulta publicó en 2006 su breve antología de oficios El poeta es quien más tiene que hacer al levantarse, y la Universidad Externado de Colombia, en 2013, en su colección «Un libro por centavos», la selección de poemas Los días son dioses. Textos de investigación literaria: Catálogo José Asunción Silva 1896-1996 (Banco de la República, 1996) y compilación de Colombia en la poesía colombiana: los poemas cuentan la historia (Letra a Letra, 2010), que mereció en 2010 el Premio Literaturas del Bicentenario del Ministerio de Cultura. Obras de ensayo: «Un panorama de las tres últimas décadas», junto a Luis Germán Sierra, para el libro Historia de la poesía colombiana (Casa Silva, 2009) y Libro de los enemigos (Letra a Letra, 2013) -Premio de Ensayo Ciudad de Medellín 2012-. Libros de periodismo literario: 13 entrevistas a 13 poemas colombianos [& una conversación imaginaria] (Fundación Domingo Atrasado, 2008; Letra a Letra, 2014) y El país imaginado: 37 poetas responden (Letra a Letra, 2012). Junto al poeta Fernando Linero conforma el grupo musical El poeta canta dos veces. 
https://lamaquinadecantar.wordpress.com/
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La máquina de cantar reúne 21 juegos de meditación y esparcimiento con poemas, prosas breves, imágenes, acertijos y otros divertimentos. Las tramas de sus distracciones juegan con la informalidad, el absurdo, lo impensado y lo inexistente, y en nada parecen entretenimientos de cartillas comunes.
El libro va dirigido a profesores y estudiantes de literatura, integrantes de clubes de lectura y talleres literarios, padres de familia y lectores curiosos de la poesía y el juego.
El libro está a disposición de los lectores en las principales librerías del país o directamente a través de la Fundación El Aguijón. (PVP: $35.000).
 Fundación El Aguijón
533 7953, 3143 694 705 (Bogotá), 310 558 0980 (Medellín)

A los usuarios
de La máquina de cantar
 Las siguientes páginas son una réplica del cuaderno de pasatiempos literarios del profesor Rubén Quirogas, que debidamente copié, no con la puntualidad que quisiera, en mis libretas de estudiante de liceo durante las clases de Español que el animoso ilustrador, para mi gracia, me dictó por varios años. Son ejercicios de meditación y esparcimiento con poemas, prosas breves, imágenes, acertijos y otros divertimentos que el maestro parecía haber coleccionado en el largo recorrido de su oficio. Las tramas de estas distracciones juegan con la informalidad, el absurdo, lo impensado y lo inexistente, y en nada parecen entretenimientos de cartillas comunes. Abandoné las aulas de colegio y nada volví a saber del estimado Rubén Quirogas. Conservo, eso sí, como tesoro invaluable, esta reproducción de su maravilloso cuaderno de recreos, que el profesor tituló La máquina de cantar. Relato para ustedes, curiosos de la poesía y el juego, su pensamiento e imaginario. 

Robinson Quintero Ossa
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Sobre el cuaderno
«La máquina de cantar»
del profesor Rubén Quirogas

 Por Robinson Quintero Ossa

Hará algún tiempo le conté a mi amigo Horacio Benavides sobre La máquina de cantar y éste, curioso como de costumbre, me dijo que le gustaría conocer el mecanismo, las funciones y el manejo de tal artefacto melodioso. Para aclarar las inquietudes de este poeta de madrigales y adivinanzas –inquietudes que me han transmitido escritores y lectores que han conocido fragmentos de su repertorio–, comenzaré por aclarar a Horacio y demás interesados el origen del nombre de este traga níquel sonoro.

Cuenta Quirogas, al presentar La máquina de cantar en el aula, que en un pasaje del libro Juan de Mairena, de Antonio Machado, sucede una divertida conversación entre el profesor Mairena y el poeta Jorge Meneses, la cual gira en torno a la invención de una inusual máquina de trovar. Sí, ¡máquina de trovar! Les pido, bienvenidos lectores, si gozan de buen tiempo, que sigan con atención el diálogo, si conocer desean el origen del nombre de este ingenio melódico.

Mairena: […] Pero usted, ¿no cree en una posible lírica intelectual?
Meneses: Me parece tan absurda como una geometría sentimental o un álgebra emotiva. Tal vez sea ésta la hazaña de los epígonos del simbolismo francés. Ya Mallarmé llevaba dentro el negro catedrático capaz de intentarla. Pero este camino no lleva a ninguna parte.
Mairena: ¿Qué hacer, Meneses?
Meneses: Esperar a los nuevos valores. Entre tanto, como pasatiempo, simple juguete, yo pongo en marcha mi aristón poético o máquina de trovar. Mi modesto aparato no pretende sustituir ni suplantar al poeta (aunque puede con ventaja suplir al maestro de retórica), sino registrar de una manera objetiva el estado emotivo, sentimental, de un grupo humano, más o menos nutrido, como un termómetro registra la temperatura o un barómetro la presión atmosférica.
Mairena: ¿Cuantitativamente?
Meneses: No. Mi artificio no registra en cifras, no traduce a lenguaje cuantitativo la lírica ambiente, sino que nos da su expresión objetiva, completamente desindividualizada, en un soneto, madrigal, jácara o letrilla que el aparato compone y recita con asombro y aplauso de la concurrencia. La canción que el aparato produce la reconocen por suya todos cuantos la escuchan, aunque ninguno, en verdad, hubiera sido capaz de componerla. Es la canción del grupo humano, ante el cual el aparato funciona […]

Citado esto, queridos amigos, dejo claro que el profesor Rubén Quirogas no tiene la patente de la autoría intelectual y artística de su «aristón poético»; nunca quiso, además, endosarla. En realidad, todo crédito se le debe a la nombradía personal y literaria de Antonio Machado. El artilugio del profesor Quirogas, su juguete de repertorios literarios y otros esparcimientos, es una recreación o reinvención del trebejo genuino, que en todo se debe a la imaginería de Antonio Machado y de sus autorretratos.


Para ilustración de mi amigo Horacio Benavides, y de los lectores y escritores que sienten curiosidad por conocer los mecanismos y talentos de La máquina de cantar, transcribo ahora las palabras con que el animoso profesor Quirogas describe su remozado invento:

Mi Máquina de cantar, como cualquier otro artefacto de índole similar, es un conjunto de aparatos que combinados reciben energía y la transforman y restituyen en energía más óptima (véase el Diccionario de la lengua española). Figurando el significado anterior, mi artilugio es un conjunto de elementos (tono, lenguaje, música, plástica y sentidos) que armonizados reciben estímulo y lo transforman y restituyen en estímulo renovado, en gracia del usuario.
Añadido de distintas piezas que ordenadas, unas y otras, destinan su funcionamiento a la formación de un todo, La máquina de cantar propende porque el usuario tenga comprensión de las partes que componen una pieza artística, de tal forma que después de aprehenderlas pueda recrearlas con mejor acierto y fortuna en sus propias invenciones, si inspiración asiste.

Los mecanismos del armonio criollo del profesor Quirogas y los del español de Machado-Meneses tienen diferencias; sin embargo, ambos diseños cumplen la función común e invariable prevista por este último: «Entretener a las masas e iniciarlas en la expresión de su propio sentir».
Dice también Quirogas –según copié en mi libreta de estudiante– sobre su Máquina de cantar:

El principio que anima mi dispensador de lúdicas literarias está inspirado en un pasaje del Homo ludens, de Johan Huizinga. Este deja escrito que antes de la cultura existió el juego, antes del homo-faber –el hombre que hace– y del homo-sapiens –el hombre que piensa– existió el hombre que juega, el homo-ludens. Huizinga sostiene que las civilizaciones son producto de la curiosidad, de la imaginación, del espíritu que juega y repite su juego indefinidamente.
Así, con mi Máquina de cantar, quienes juegan aprenden sin saber que aprenden (mi máquina, cuando regala un poema, no empieza por enseñar las reglas para escribir poemas). Aprenden sin saber que aprenden, por ejemplo, el conocimiento de las artes gramaticales y estilísticas y, lo que es vital, el afecto por la lectura y la relectura, por la escritura y la reescritura, que no son otra cosa que la voluntad y el gusto por pensar con orden, con belleza y juicio, con emoción y criterio.

Y a propósito de lo que el profesor Rubén Quirogas piensa sobre la poesía cuando habla de su Máquina de cantar, alcancé a copiar en mi libreta:

El artefacto melodioso que presento a ustedes fue animado por la siguiente idea: la poesía es lo común a todas las artes, y no sólo al poema, como general y desdeñosamente se cree. Un cuadro es un poema pintado, viejo ejemplo, cita el poeta Jaime Jaramillo Escobar. Pero esta idea entiende también, aunque parezca desmedido lo que aviso, que las producciones resultantes de labores científicas y de otras profesiones, si son creadas con imaginación y amor, pueden ser asimismo hallazgos poéticos.
Les pregunto: ¿Un zapato, una mesa, un estilógrafo, una lámpara, un jarrón, un reloj, además de una satisfacción práctica, no nos procuran una revelación estética? ¿Acaso no es bello un objeto salido de fábrica, tanto porque lo parece como porque en realidad lo es: un avión, una bicicleta, un automóvil, un libro, un microchip (esa joya del haikú moderno)?

Quirogas sustenta su hipótesis con palabras de la siempre citada por sus afectos, la poeta polaca Wisława Szymborska, Premio Nobel en 1996:

Hay, ha habido y seguirá habiendo cierto grupo de personas a las que toca la inspiración. Son todos aquellos que conscientemente eligen su trabajo y lo realizan con amor e imaginación. Se encuentran médicos así, y pedagogos, y jardineros, y otros en cien profesiones más.

Mi dispositivo contiene, debidamente almacenados, repertorios en los que las artes plásticas, sonoras y de otras aptitudes, combinadas con las literarias, conforman un muestrario rico y diverso para quien hace uso de sus ingenios.


Transcribo ahora apartes de la clase en la que Rubén Quirogas explica el funcionamiento de La máquina de cantar:

Diferentes partes forman el todo de La máquina de cantar. Una sección contiene ejercicios de escritura, otra de lectura, una parte más juegos con poemas visuales y láminas de pinturas y tomas fotográficas, y otra adicional, repertorios diversos.
Este variopinto contenido despliega piezas de todo estilo: satíricas y humorísticas, amorosas y de desamor, elogiosas de los oficios, las ciencias y las artes, la naturaleza, la infancia y la amistad, y composiciones que reflexionan sobre el miedo, la angustia, la depresión y la desesperanza, el erotismo, los mitos y la correspondencia vida-muerte.


Y así, efectivamente, funcionaba en el aula, ante el regocijo de los alumnos, si bien recuerdo, todos los viernes en el feliz horario de la tarde, antes de salir a la vacancia de fin de semana, la mentada Máquina de cantar. Los asistentes elegíamos el juego, nunca su operador. Cada juego venía oculto en una carpeta plástica que contenía un sobre de papel manila que ocultaba a su vez el ejercicio escogido. De esto decía Quirogas:

Mi máquina es afinada por la adivinanza y el acertijo. Su funcionamiento busca estimular la curiosidad desde el misterio y la aventura de la revelación. El enigma y el vaticinio mueven todas sus partes. Una metodología contraria es muy probable que se robe el asombro.

En cada carpeta sellada el alumno leía, destacado, el título de la actividad, por ejemplo: «La letra con risa entra», «Galería arbitraria» o «Pintar un imposible». Podíamos encontrarnos con un poema del que habían huido las palabras y era preciso completar, con la invitación a crear objetos fantásticos, o se nos motivaba para crear un diccionario personal y misterioso... cada reto, por supuesto, suponía una atracción casi magnética.


En la primera página del cuaderno de La máquina de cantar del profesor Rubén Quirogas resaltaba como epígrafe –con letra de su mano, pareja y redonda–, el poema que cito a continuación, del poeta transiberiano Blaise Cendrars:

No queremos estar tristes
Es demasiado fácil
Es demasiado tonto
Es demasiado cómodo
Hay ocasiones en que con demasiada frecuencia
no es muy difícil que digamos
todo el mundo está triste
No queremos más estar tristes

Era costumbre del entusiasta profesor, antes de dar inicio a sus juegos, leer estos versos en voz alta para transmitirnos su lúcida y poderosa energía.

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Contenido



A los usuarios de La máquina de cantar
—9—

Sobre el cuaderno La máquina de cantar
del profesor Rubén Quirogas
por Robinson Quintero Ossa
—10—


La máquina de cantar
Colección de juegos literarios del profesor Rubén Quirogas

i
La casa, estado del alma
—22—

ii
Un Catálogo de objetos imposibles
—38—

iii
Poema con colegiala
—48—

iv
Las noticias verdaderamente nuevas están en los poemas
—54—

v
Los poemas pierden la cabeza
—60—

vi
Diccionario de palabras imaginarias
—66—

vii
Poema con pesquisa: ¿quién es el culpable?
—76—

viii
El poema es según lo que pinta
—82—

ix
La letra con risa entra
o la poesía llama / la poesía, llama
—88—

x
Siete poemas, siete acertijos
—100—

xi
Reescribiendo a Carlos Drummond de Andrade
—106—

xii
Un epigrama para la poesía
—112—

xiii
El diccionario personal
—118—

xiv
Un poeta es un trabajador a quien nunca se ve trabajar
—126—

xv
El poema suena
—134—

xvi
Me río de la muerte
—142—

xvii
La operamada
—148—

xviii
Galería arbitraria
—154—

xix
¡Anima al animal!
—164—

xx
Pintar un imposible
—172—

xxi
El poema en la vida real
—180—

La máquina de cantar:
colección de juegos literarios del profesor Rubén Quirogas
de Robinson Quintero Ossa

Por Fernando Linero

La Máquina de cantar es un extraño aparato, invento de un tal Rubén Quintero, o acaso de un tal Robinson Quirogas. Este artificio nos ayuda a procesar palabras, de esas que todos llevamos adosadas a nuestro modo de ser, de esas que nos constituyen. Después de accionada, de ella surgen entidades tales como poemas, acertijos, adivinanzas, ocurrencias que nos ayudan a sortear la vida. Usarla es lo mismo que ponerse en contacto con el mundo del poema; el individuo sabe que después de operada, su correspondiente territorio en el universo gana mayor consistencia, que a su visión de las cosas se suma un toque de luz.
Cuando nos acercamos al libro es inevitable no remitirse a ese texto pedagógico que tanta ascendencia tuvo sobre mis contemporáneos, El ABC de la lectura de Ezra Pound, a quien Eliot llamaba el mejor artesano y del cual Yeats decía que tenía la rara habilidad de abrir puertas. Creo que es eso precisamente lo que hace Robinson Quintero Ossa con esta obra: abrirnos puertas con un manual que sin atarnos al papel de sujetos pasivos –gracias al carácter de las dinámicas que nos muestra–, puede leerse, como nos dice Pound, “con placer y con provecho por parte de quienes estudian, por parte de quienes ya no estudian, por parte de quienes nunca han estado en la universidad, o por parte de esos que pudieron aguantar todo lo que aguantó mi generación”.
Ya en el siglo VIII a. C. el poeta griego arcaico Hesíodo había escrito los dos primeros poemas didácticos de la literatura occidental, La teogonía y Los trabajos y los días, poesía rural que formula toda una perspectiva del mundo con un temperamento manifiestamente didáctico. No hay que olvidar que a diferencia de hoy en día, para los antiguos el verso era sobre todo un procedimiento mnemotécnico y educativo. Por otro lado existe una poesía didáctica latina cuyo propósito final no consiste precisamente en allanar el afán de enseñar y aprender, sino el de instaurar emociones artísticas que faciliten el deleite por igual y a la vez el goce de la Poesía y la cultura. A esta corriente pertenecen Ovidio, Virgilio y Horacio entre otros.
Creo que la Poesía, a diferencia de otros géneros, ofrece más dificultades al momento de llevarla al aula de clases, acaso porque se la ve como algo rígido, intocable. Se olvida el fuerte vínculo que existe entre Poesía y lúdica, que es lo que Quirogas (O Quintero) nos resalta en La máquina de cantar. La lúdica permite un uso impertinente de la lengua (como pide la Poesía) que provoca un alejamiento saludable de la lógica impuesta en la que cotidianamente nos desenvolvemos.
La máquina de cantar es un libro que toca ese tema, poco frecuentado, de las relaciones entre Poesía, Pedagogía y sociedad. Con una mirada que está en oposición a la de aquellos que creen que la Poesía no es un asunto que se pueda generalizar, nos invita a una aproximación amable, a una familiaridad amistosa con su territorio, recordándonos de paso que ella puede desprenderse de cualquier cosa, porque todo oculta un secreto, porque todo en el fondo es sagrado.

Los invito a jugar con esta esta maravillosa máquina.
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 “Enetecear”   de AÑO NUEVO

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