lunes, 20 de abril de 2009

A cada quien su animal. Antonio Cisneros.

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Antonio Cisneros

Lima, Perú, 27 de diciembre de 1942 - 6 de octubre de 2012 

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"Estamos todos sus amigos muy apesadumbrados. 
Un espectáculo de ser humano y de poeta como Antonio no se da todos los días."
Juan Manuel Roca 
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Para hacer el amor (Antonio Cisneros, Perú)

 II Festival Internacional de Poesía de Medellín (1992).
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A cada quien su animal
Prólogo de Juan Manuel Roca *
Selección: José Ángel Leyva
"La cabra edición" Ediciones y "Conarte". México
13 x 20 cm, 128 pp., 2008
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Carátula.
Y de allí:
En la obra poética de Antonio Cisneros hay una referencia constante al mundo animal. Ya desde Canto ceremonial contra un oso hormiguero (Premio Casa de las Américas, 1968) deja sentir la presencia de un imaginario donde la zoología habla por sí misma, exige condición humana y a la inversa, reclama la comparecencia de la bestia en la escritura. Entre el fogonazo de la ironía y los requiebres del humor, Cisneros despliega sus poemas con el sortilegio de la inteligencia y la erudición, con desenfado aparente que inflama el efecto revelador de sus versos. A cada quien su animal es una compilación de poemas ligados a la íntima relación de Antonio Cisneros con un zoo pleno de significados existenciales, amorosos, familiares, oníricos, culinarios. No se trata de un bestiario, sino del ámbito donde Jonás viaja, ama, sufre, vive y reconstruye su historia. Podría decirse que es una especie de diario en el que reconocemos el paso de la historia, la propia y la colectiva. Lo doméstico se entrecruza con el paisaje y éste tropieza con los enseres de una aldea global. Este libro recoge las pistas de los símbolos y signos que hacen posible acompañar al poeta en su viaje por el tiempo, por la fauna de su reino. Aquí, una de las voces mayores de la poesía contemporánea.

José Ángel Leyva , http://www.jornaldepoesia.jor.br/bh14leyva.htm
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* Prólogo.
Animalario de Antonio Cisneros
Agradecemos al poeta habernos proporcionado el texto y la autorización para publicarlo.
Fotografía (fragmento**) : María Isabel Casas de NTC … (Bogotá, Mayo 2, 2008)
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En el mundo entero hay poetas de pasiones vegetales. En sus poemas crecen el álamo, el ciprés o el olivo, si son europeos. El baobab, si son africanos. La milpa, el flamboyán, los ombúes, el araguaney, el cámbulo, las jacarandas o el guayacán, el cadmio o el magnolio, el jagüey o el caucho, según sus geografías físicas y según sus geografías interiores, de estirpe americana.
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Sin que sea tan tajante la división entre poetas solares y poetas lunares, o entre poemas vegetales y zoomorfos, sin que exista tan estrecha taxonomía, existen ciertas proclividades, ciertas obsesiones que a veces resultan emblemáticas de un autor o de una obra. En el caso del reino animal hay algunos que a veces terminan por identificar a los poetas.

A tal punto se llega en esta dirección, que podría pensarse que los tigres que se fugan de los versos de Borges, a veces se esconden en una jungla de palabras o se aparean con los tigres de Eduardo Lizalde. A lo mejor salten de la palabra árbol a la palabra gacela, después de haber flameado en las selvas nocturnas de William Blake.
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El ruiseñor de Keats, un pájaro que no existe en América, ha cantado sin embargo en las jaulas de nuestros anaqueles, con solo abrir un libro suyo. Conocemos bien a los pájaros pihis fabulados por Apollinaire, esos pájaros que por carecer de un ala deben volar en pareja.

Las moscas, las molestas moscas, bichos dípteros tan vecinos de los muertos, acosaron el aire y nuestros ojos en un poema de Antonio Machado.

Muchos hemos andado a lomo del burro de Vallejo, de su burro peruano en el Perú, y hasta le hemos perdonado para siempre su tristeza.

¿El cuervo agorero de Poe repitiendo su incesante “nevermore”, el albatros de Baudelaire, rengo como cualquier poeta, los gatos en cuyos ojos los chinos pueden leer las horas según el mismo Baudelaire, qué filiación tienen, a qué especies pertenecen? ¿Se trata de una cadena biológica en la que la poesía vive a expensas de ellos? ¿De una tregua en la guerra de extinción a que el hombre los somete para que, subestimados o perseguidos, amedrentadores y salvajes, incomprendidos y ofendidos, acaten la paz de la letra muerta? ¿Cuántos animales en extinción quedarán solamente en el poema?

Las luciérnagas de Tablada, al igual que la pulga (cuyo solo nombre científico, “pulex irritans”, invita a mover de manera incesante las uñas en la piel), la amorosa pulga de John Donne que al mezclar la sangre de dos amantes fecunda el mestizaje, se tornan a través de la poesía en una suerte de bestiario de entre-casa. De pacto de no-agresión pero, sobre todo, en una manera de exorcizar un culposo hostigamiento humano.

Hasta los pésimos zoonetos con los que nos castigan los malos poetas, por momentos nos atraen.

La poesía de Antonio Cisneros tiene muchas vertientes y canales que se adentran en la historia de Perú, tanto en el exilio como en el inxilio del hombre americano, en su humor disolvente y pertinaz que pone un toque de lucidez a nuestra tragedia colectiva, en la forma como adopta máscaras y contra-máscaras, discursos y contra-discursos.

Cisneros posee la salud del lenguaje y la salud del que duda. “Como pocos, ha sabido abrir la poesía a distintas áreas de la realidad, pero lo ha hecho reafirmando las posibilidades del discurso poético”, afirma Julio Ortega en el prólogo a su “Poesía reunida”.

En todas esas áreas reales, para seguir el anterior lineamiento, hay amplios dispositivos de la imaginación y del lenguaje que se interesan por los animales, por esos seres que temiéndoles, amándolos o amaestrándolos, resultan a veces tan irreales como nosotros mismos.

Como pocos poetas latinoamericanos, talvez como Rubén Darío, Jorge Luis Borges, Jorge Carrera Andrade, José Juan Tablada, Leopoldo Lugones, Francisco Madariaga, Cisneros pregunta por esos desconocidos parientes, los animales.

De ese aspecto de la poesía de Antonio Cisneros, de su inmersión en una zoología real y a la vez imaginada, trata esta antología de uno de los más notables poetas vivos del continente, un continente al que sin duda le iba mejor cuando el mundo era plano.

Es una muestra temática en la que ronronean sus gatos sibilinos, ronda un puercoespín en las colinas de Budapest y de la soledad, hay una suerte de naturaleza muerta con lenguados y falsos pescadores dinamiteros y un ave negra, un córvido sin gracia, pone el contrapunto de su tizne en el blanco invierno de Moscú.

Su manera de hablar de los animales podría decirse que carece de una carga simbólica. Es algo que creo ver como una constante de su poesía: la desmitificación de temas y de heráldicas, la caída de muchos íconos, el desbande de espejismos en un ámbito desacralizado y cotidiano.

Otra cosa son sus animales domésticos pero además peligrosos, como la ballena. No es la suya la misma de blancura de nieve que persiguieron al mismo tiempo Melville y el capitán Ahab, para arponearla. Es una ballena quizá más riesgosa, la que navega huyendo de nosotros pero albergándonos en su vientre.

La ballena de Cisneros es su propia casa, su propia morada filosofal o su equipaje. Partiendo de la idea de que Jonás “y los desalineados” viven en el interior de un cetáceo, y que por tanto deben pasar noches de hielo y de penumbra, su huésped debe inventar un periscopio para avistar otras ballenas, aquellas que los poetas escaldos llamaban en su afán metafórico cerdos de los oleajes.

El poeta se pregunta qué pasaría si por descuido, en ese tráfico de objetos y en la manipulación de ellos en el vientre de la ballena, llegara a arrancarle una costilla. Y concluye que el gran animal, volcando su ira dentro de sí, podría matar a tan molesto inquilino. No por vivir en casa, parece decirnos el poeta, se está a prueba de peligros.

Quizá el peligro seamos nosotros mismos, nuestros más secretos y escondidos enemigos. Porque, además, muchos de los animales del bestiario de Cisneros son lo que, en puridad, podrían ser llamados seres vivientes y, por consiguiente y en el más elemental de los silogismos, seres murientes.

Pero el poeta también sabe que “sobre cada muerto los animales cantan”. Cantan, luego hablan, como los paquidermos de su poema “Denuncia de los elefantes, demasiado bien considerados en los últimos tiempos”, donde nos cuenta que “aprendieron inglés” gracias a un noble británico que cayó en la selva y que, con gran aplicación, se hizo a su vez alumno aventajado en el aprendizaje de la lengua de los simios.

Lejos de la selva, en una campiña inglesa, Lord Maddigan caza a caballo algunas liebres, seguido por sus perros de presa, por sus perros de lujo, y Cisneros hace de amanuense de tan noble cacería.

El poeta limeño conoce y baraja los mitos, los símbolos y la heráldica que a lo largo de la historia propicia el reino animal. Pero parece descreer de la carga mitológica, se aparta de cualquier simbología y crea así una heráldica personal, de cuño moderno.

En un bello libro de Roger Callois, “La mitología del pulpo”, ese animal cantado por Lautreamont en celebración de su mirada de seda y de su terror hiperbólico, se señala que el paso raudo de un aerolito, un árbol fulminado entre otros árboles, un risco o una montaña de extrañas formas recortadas, da origen a la saga, a la leyenda. También que un eclipse o un cometa o una estrella fugaz ponen en marcha la fabulación popular y sus correspondientes imágenes. Dice el mismo Callois que de igual manera funciona en el imaginario popular la presencia del murciélago, la serpiente, la araña, la tortuga o el pavo real, y que estos animales provocan desde el misterio y los malos augurios hasta el miedo, el ensueño o la repugnancia.

Todo esto entra en la poesía con rasgos que no siempre resultan mitológicos. Si para Whitman “el sapo es una obra maestra de Dios”; si es posible que algunas abejas libaran más en los versos de Valéry que en los nardos; si las anguilas del Báltico nadaron sin descanso lo mismo en sus aguas que en las palabras de Montale; si fuimos alguna vez a una cena en la mansión de los murciélagos del “Popol Vuh”, bien vale la pena visitar a los gatos del vecindario del poeta, unos gatos agrestes que viven junto a pensionados de guerra, soldados en desuso que hace mucho perdieron la lucha con el tiempo. Son gatos indómitos, felinos que acechan peor que un ejército mendigo.

Una invasión de pájaros, de ruidosos pajarracos marinos, llega hasta el mismo centro de la ciudad (uno los imagina dejando charreteras de guano, de materia excrementicia en los hombros de las estatuas de los héroes o chillando en la Plaza de Armas) y hace nido en un poema que nos deja algo semejante a un seco estupor. Se trata de unos versos (“En el 62 las aves marinas llegaron hasta el centro de Lima”), que desde una densa atmósfera inquietan y sobresaltan. Su escritura parece realizada con un pincel humedecido con tintas de delirio y pesadilla.

Esa perplejidad que nos queda tras la lectura de ese poema es de la misma materia de un verso perdido en su “Tierra de ángeles” en el que “chilla un gato en la niebla como un niño peruano”. Maullido o llanto, esos sonidos sin forma, o de formas desvaídas por la niebla, gato o infante, producen el registro de un asombro, cuando no el registro de un espanto.

De todo esto está siempre hecha la poesía de Antonio Cisneros. De gestos escondidos y de cotidianidades palmarias y reales. Resulta otra vez admirable y sorpresiva, tras muchas veces que la hemos leído. Es un poco como el ave negra que se posa en cúpulas y antenas del invierno moscovita.

Solo queda celebrar a los animales domésticos y a los animales cimarrones del poeta peruano, ya que ninguno de ellos debe estar dispuesto a celebrar que cada día, y cada noche, les ampliemos y nos ampliemos los territorios del desierto.
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*La que publicamos arriba es un fragmento de ésta.
A la derecha el poeta Roca con los poetas José Zuleta y JULIAN MALATESTA .
María Isabel Casas de NTC … (Bogotá, mayo 2, 2008)
Fuente: http://ntc-eventos.blogspot.com/2008/05/blog-post.html
(Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
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ALGUNA INFORMACIÓN ADICIONAL SOBRE Antonio Cisneros :
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Actualizó: NTC … / gra . Abril 20, 2009, 11:12 AM