martes, 23 de abril de 2013

Las derrotas. Alberto Rodríguez Tosca. Libro de poemas. Editorial Domingo Atrasado.

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Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con 
NTC ... seguimientos, Mayo 2, 2013 
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*** 1 de Mayo, 2013, Bogotá, 26 FILBo. 5:00pm
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--- Las derrotas. Libro de poemas del escritor cubano Alberto Rodríguez Tosca. Lanzamiento de libro. Editorial Domingo Atrasado invita.Lugar: Auditorio Madre Josefa del Castillo, 26 FILBO.  Informes: 311 479 7241. domingo.atrasado@yahoo.es . www.domingoatrasado.com  Detalles del libro y textos sobre él y el autor por Rafael Alcides Juan Manuel Roca: ver más adelante. (La foto: http://www.poesiabogota.org/?p=1320 )
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Como cierre, el 1 de Mayo, de la 26 Feria Internacional del Libro de Bogotá, se presentó el libro "Las derrotas"

Un grupo de amigos y lectores de Rodríguez Tosca lo celebraron y leyeron el siguiente texto:


NACIONALIDAD  FORZADA


Hace diecinuecve años, en un frío bogotano de cuchillo de esquimal, llegó un poco más tarde que Gonzalo Jimenez de Quezada a esta sabana el poeta artemiseño Alberto Rodríguez Tosca

Todavía caía una lluvia pertinaz desde la llegada del pérfido conquistador.

Tal vez por la irreparable nostalgia cubana y quién sabe por qué posibles leyes migratorias el poeta aún no es, oficialmente, colombiano. Pero como la poesía es una patria común y los poetas no creemos en aduanas, pasaportes, fronteras ni visas (somos visántropos), un grupo de sus amigos padecientes y felices de conocerlo y de reconocer lo mucho que ha hecho por la poesía colombiana, en la prensa, en los talleres de creación y por supuesto desde su magnífica poesía, hemos decidido, unánimente, declararlo ciudadano colombiano a traición, sin su consentimiento ni el de las altas esferas oficiales.

Si no le hemos manifestado esta nombradía antes de dársela, es por el temor a que salga corriendo del país y quiera volver a La Habana o Artemisa, inclusive a Cienfuegos y a Las Lajas por donde cantó, enamoró y bebió el gran Benny Moré, o a las calles que fatigó la voluminosa presencia de Lezama Lima.

La única duda que asaltó a estos postulantes es el imperdonable gusto por Silvio Rodríguez, motivo que casi anula su nueva nacionalidad. Nacionalidad que implica también ser oriundo de un poblado más legendario que Comala, Macondo, Santa María o Spoon River: de la entrañable y misteriosa comarca de Musgonia.

Los firmantes de este documento que lo convierte en hijo de Colombia, constatamos que se sabe al menos una estrofa del himno nacional, ¡Oh júbilo inmortal!

Es en su condición de nuevo colombiano que lo incluimos en un volumen de Doble fondo, en la buena compañía del poeta argentino Samuel Bossini.

En constancia firman los poetas, amigos y compatriotas: 

Santiago Mutis Durán, Jaime Londoño, Mery Yolanda Sánchez, Celedonio Orjuela, Juan Manuel Roca, Felipe Agudelo Tenorio, Carlos Flaminio Rivera, Guillermo Martínez González, Andrea Roca Gonzalez, María Clemencia Sánchez, Víctor López Rache, Rómulo Bustos, Mariela Agudelo, Guido Tamayo, Gustavo Adolfo Garcés, Efraim Medina, Gabriel Arturo Castro, John Galán Casanova, Diana Giselle Osorio, Claudia Antonia Arcila, Rafael Espinosa, Jaime Echeverri, Darío Villegas, Guillermo Linero, Héctor Calderón, Robinson Quintero, Luis Liévano, Luz Eugenia Sierra, Iván Darío Álvarez, Álvaro Longaray, Alberto Rahal, Daniella Emiliani, Lena Herrera, Carol Ann Figueroa, Omar Ortiz, Bibiana Castro y Gabriel Ruiz. 
 
Publíquese y cúmplase.
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NTC ... Enlaces: 
Sobre DOBLE FONDO, Números anteriores:  
http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2012_05_11_archive.html
http://www.libreriadelau.com/catalogsearch/result/?q=Biblioteca+Libanense+de+Cultura
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Las derrotas 
Alberto Rodríguez Tosca 
Libro de poemas 
Editorial Domingo Atrasado 

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*** 1 de Mayo, 2013, Bogotá, 26 FILBo. 5:00pm
--- Las derrotas. Llibro de poemas del escritor cubano Alberto Rodríguez Tosca. Lanzamiento de libro. Editorial Domingo Atrasado invita. Lugar: Auditorio Madre Josefa del Castillo, 26 FILBO.
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LAS BREVES SEMANAS DEL HOMBRE

Carta a manera de prólogo


Por Rafael Alcides, 
La Habana, 27 de julio de 2006

Querido Alberto:


         He vuelto a leer tu nuevo libro y otra vez me ha estremecido, otra vez he vuelto a quedarme metido dentro de mí mismo meditando horas enteras sin saber qué hacer ni qué decir, medio de fiesta y medio de
luto. Hablo de Las derrotas. Cuando hace cuatro años lo leí por primera vez, estando todavía en borrador,
te escribí:

         Es tan bueno que asusta. Yo no sabía que se podía        escribir así, Alberto, no lo sabía.
Ni me lo imaginaba.


         Hoy pienso que dije poco entonces. Y hasta que el esteta con sus espejuelos de sabio no me lo diga,
seguiré sin saber si has escrito un largo poema supuestamente confesional en forma de Diario o estoy
ante una novela en versos —que por lo general no quieren parecerlo—, tal vez una novela posmodernista
que pretendiera ser un monólogo: ambiciosamente no el monólogo de un semejante: el ambicioso, dramático  monólogo de una ciudad, entendida aquí la ciudad como panorama del hombre de todos los tiempos; es decir, la
ciudad como humanidad, como nave de la especie.

         Y  lo pienso, Alberto, porque en el estentóreo grito que  sorpresivamente  has  llegado  a  meter  con  ese poemario —más que grito, alarido de fiera herida—, no hay pena que al recontar su vida en el momento de
su adiós echara de menos el agonizante, ni extrañara, tampoco, el seguidor de Freud que se diese a hacer
un exigente estudio de la infelicidad. Aquí, en este catálogo de las breves semanas del hombre, en
este poemario de fulgurantes imágenes inauguradoras de un nuevo lenguaje poético, están todas las culpas,
todas las dudas, todos los miedos, todas las melancolías,todo el infierno, en fin, está el hombre secreto que va
con cada hombre en nuestro gran barco, ese hombrea veces cortés, servicial, siempre esperanzado pero,
también, siempre temiendo, siempre extraviado. De ahí el carácter de testamento que en tu texto advirtiera
y que tanto me asustó.
Ese aire fúnebre de algún modo (te escribí a la carrera) que no está en Vallejo ni en Raúl Rivero ni
en los otros poetas que se han ocupado de la derrota aunque sin entrar a explorarla tan acuciosamente como
lo haces tú en estas Derrotas que me dan miedo, y que como en los días de Vallejo, llegan con un lenguaje
renovador a traerle a la Poesía algo nuevo, a abrirle nuevos caminos, a restituirle el salvaje y a la vez
sagrado viento de cuaresma que inexcusablemente, por dondequiera que tan radiante deidad pase, ha de
quedar sonando, batiendo, arrancando puertas o cuando menos llevándose los sombreros (…) Es tu
caso en este libro —más que libro, cataclismo humano.
Salidas del corazón, Alberto, son palabras que al igual que éstas de ahora te autorizo a citar o reproducer en cualquier sitio o medio del planeta, porque no las escribí por halagarte en privado, sino porque me salieron del corazón, ya te digo, porque son mi verdad de hombre conmovido como no lo había vuelto a estar desde los lejanos días de Ana Frank; aquel tiempo en que por joven podía todavía soñar, en que por joven no había descubierto todavía que los Nazis de entonces no eran un producto de estación como el aguacate y los tomates, sino que, aunque en situaciones menos rapaces pero en el fondo igualmente hegemónicas, los nazis habían existido siempre, que incluso todos nosotros, de algún modo, en uno u otro momento —a veces sin desearlo, pero también sin poderlo evitar—, hemos sido nazis —cuando no contra el otro —es decir, el semejante: ese enemigo—, contra nosotros mismos.
         ¿Corazón, he dicho? ¿Utilicé esa voz? Perdón. Sé  que no es una palabra de moda entre los poetas, tal vez porque en un mundo de tecnologías cada vezmás sofisticadas, tenga a menos el poeta ser un ser humano; es decir, ser una de esas triviales gentes de antes, seres primitivos que penaban y amaban y dudaban y lo decían sin avergonzarse, con la cotidiana sencillez de quien estuviera en mangas de camisa en el café de la esquina conversando con Dios de tú a tú de pelota, de astronomía y de todo lo demás. Por eso me he atrevido a decir que has llegado a restituirle a la Poesía dones perdidos, y “emocionado, emocionado”, vuelvo con la imaginación a abrazar al hombrecito de tu planeta literario, lo invito a tomar una copa, me pide que lo acompañe un rato más en su soledad, que se está haciendo de noche y no sabe en dónde está su casa, me dice, y como en un espejo,
mirándolo ahí a mi lado mirándome con miedo no obstante sus solicitudes, me veo en él en instantes que por fortuna ya pasaron y en otros que por desgracia para mí están teniendo lugar ahora mismo, y lo vuelvo a abrazar y vuelve a rogarme una hora más de compañía, diez minutos aunque fueren, suplica, ah pobre, pobre desesperado que al salir del bar v olverá a ser multitud, cifra, nada, me digo, criatura que en un mundo sin respuestas sueña y cae y busca a Dios sin encontrarlo hasta que un día se suicide o muera de cien años pero sin haber entendido nada, y tomamos otra copa y luego otra y después otra repasando juntos esta absurda telaraña que llaman vida y examinando esa otra cosa de la que todo depende y que nadie sabe si valdrá la pena pero en la que es necesario creer, y defenderla —y defenderla—, por más nazi que por tradición o por instinto ella sea.
         Entre estos nazis metafóricos y la también metafórica Ana Frank del lejano Diario de mi juventud, tú y yo, Alberto, acaso perdedores de nacimiento —o por alguna otra razón no tan genética que acaso nosotros mismos ignoramos—, desde el principio escogimos el destino de Ana. Y lo cantamos a nuestro modo. Por eso nos negamos a tomar como ideal del hombre la novedosa máquina de última generación recién salida de las  ábricas niponas conprecios accesibles hasta para obreros sin calificación, pagadera en cómodos plazos. Frente a esa nueva y más humillante forma de colonialismo, levantamos
hasta los cielos nuestra voz y cantamos, sin exclusion de temas ni pensar en las consecuencias, el fracaso, pero también la gloria, la tremenda gloria de ser, todavía —pese a todo— seres humanos, misteriosos seres  ngendrados por abuelos tal vez llegados del Espacio, tal vez sacados de un sombrero en el Paraíso, tal vez, si no hay más remedio —qué se le va a hacer—,descendientes, resignados descendientes del linaje aguafiestas de  que habla el tipo ese llamado Darwin, pero humanos, humanos, en el fondo maravillosos seres humanos que un día ¿por qué no? podrían incluso empezar a ser humanos de verdad o, al menos, empezar a portarse como si ya lo fueran.
         Buenos días, Alberto. Buenos días, siglo. Felicidades por este nuevo comienzo, que ojalá no sea el último.
         Por cierto, ahora que digo felicidades (dicho sea entre paréntesis o, con más justicia, abusando de la post data que me corresponde y que tal vez no use completa), meses atrás, en una carta de abril, bromeando pero sin mentir, como suelo hablar, te decía al volver a felicitarte por Las derrotas:

Es curioso, carajo, a otros se les felicita por sus victorias, a ti por Las derrotas, observación ésta que
daría para empezar aquí mismo un señor poema nada semántico, en el que veríamos pasar a Jesús y a
todos los que han pasado con su cruz antes de que los subieran en un pedestal a dejarse cagar por las
palomas un año y otro, siglo tras siglo. Tal vez por eso algunos personajes de los periódicos, escritores o no, cubanos o no, de antes o de ahora mismo, pulcros, asépticos, han preferido las victorias.
Un abrazo, hermano, y suerte allá en tu parque del mañana .


Rafael Alcides
La Habana, 27 de julio de 2006
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CUANDO TRIUNFAN LAS DERROTAS
Epílogo a manera de carta


Por Juan Manuel Roca
Bogotá, marzo 23 de 2013

Hombre, mi querido Rafael Alcides Pérez:

Mira que usar este apéndice del libro como caballito de Troya, como un pretexto para saludarte desde una botella de náufrago, sin duda que tiene algo de invasor, sí, pero es más una manera de vadear puertos, de no pagar aranceles y de festejar con una ráfaga de dolor los poemas de Alberto, que es un auténtico manual de náufragos. Festejar con dolor, digo, y es que es festejable la lucidez que atraviesa toda su hermosa poesía. Pero no es, y tú lo dices muy bien, propiamente una visita a Jauja lo que celebramos, ni una “semana de bondad”, como diría de manera irónica el señor Max Ernst.
Todo ocurre acá como en un combate entreverado del carnaval y la cuaresma. La palabra enlutada, y a veces exultante de Alberto, nos pinta la máscara desde el festejo de la palabra pero nos cubre la cara con un luto irremediable, y ya no sabemos, de puro desarmados como nos deja su lectura, si nos lavamos el rostro o el antifaz, ante tanta dolorosa y lacerada belleza. Difícil hacer el escrutinio de todos los temas de este libro. Hay, primero, un grito mudo como el de Munch, querido Alcides, un grito que ya no grita desde un óleo pastoso y pasmoso, sino desde una grafía inquietante como pocas, insatisfecha como pocas, impaciente como ninguna. Todo, me parece, señala el heroísmo de seres y cosas, sus cambios repentinos que parecen precisar que mudanza de piel es mudanza de la lengua.
Perdona la pedantería de la cita, pero me viene a la memoria un aserto de Edmond Jabés: “Mientras no nos expulsen de nuestros vocablos, nada tendremos que temer; mientras nuestras palabras conserven sus sonidos, tendremos una voz; mientras nuestras palabras conserven su sentido, tendremos un alma”.
Esto lo sabes tú muy bien, como lo sabían nuestro César Vallejo o nuestro Raúl Hernández Novás, como lo sabe la ríspida lengua que habita las páginas de Las derrotas.
Acá encuentro la ciudad, mi ciudad y todas las ciudades en sus fastos y miserias, expresada en una palabra descalza, cotidiana y en mangas de camisa, que atiende a todo, a lo pedestre y lo aéreo, a la savia y la sangre, a la fiera y su jaula. De una parte, transcurre la vida amedrentada y mezquina, amansada, pagada en módicas cuotas mensuales de lunes a viernes, porque el sábado y el domingo sólo se prolonga en las ventanas un paisaje de la multitud que bosteza, si parodiáramos a García Lorca en su Nueva York de cieno y trajes sin cabeza.
Acá está la amada y lacerante Bogotá que, tal vez por su sordera o por su aturdimiento, no se siente ofendida con el retrato hablado que la asalta en muchos de estos versos de Alberto. Con él la palabra “libertad” visita de manera insumisa la ciudad. Las autoridades competentes no buscan con celo la peligrosa palabra “libertad” en su calidad de intrusa, de extranjera, no porque sean benignas sino, en realidad, porque son por naturaleza incompetentes.
Esa palabra limpia, por no ser dicha en la lengua nativa, la lengua de los silencios y los acomodos de la legión de tartufos, de tanto “poetín”, para decirlo con José Martí, pasa sin duda desapercibida. Esa palabra libre de servidumbres anda con las manos en los bolsillos, respira el aire de la noche, a veces se atedia, esa palabra que mira cara a cara la derrota, que llegó de no se sabe dónde, podría ser encontrada sospechosa porque es capaz de dialogar con el viento, con ese otro fantasma que recorre el mundo y que también está siempre de paso en su condición de extranjero, de transterrado, en su talante de apátrida o de indocumentado.
Hay acá un viejo almacén de dudas más que de símbolos, una bodega de miserias y un paisaje de “mujeres en fuga” que a lo mejor se esconden en sí mismas como las matrioskas, multiplicadas en los espejos de la ausencia. Sobre todo el paisaje herrumbroso que hay en este bello libro, brilla “la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados”. Hay quien me dice que hay mucha desesperanza en sus versos y yo acudo a mi tomito de Francis Bacon: “La esperanza es buena para el desayuno pero mala para la cena”.
Acá la que se sirve, a veces por apresurados siervos de librea, a veces por severos verdugos y centinelas, mi querido Rafael Alcides, bien puede ser una última cena. A veces logran trocarnos el rol de “mendicante y mandarín”. Hay abrazos amputados, batallas del amor entre encajes y ponzoñas y la certeza de que “con los traidores no se puede”, que sólo “hay que darles tiempo para que ordenen el crimen/, con los charlatanes no se puede”.
Ah, y el tiempo, creo que es la materia prima de Las derrotas, de este libro que ya sabemos imprescindible. El tiempo, que siempre se hace el desentendido mientras ejerce una discreta y silenciosa dictadura. El tiempo inaprehensible y artero. Es como si un niño se metiera en una puerta giratoria, tan propia de los hoteles de paso, y al salir de ella lo hiciera convertido en un viejo.
Un psicólogo, o cosa parecida, a propósito del libro de Alberto, de tu paisano, de nuestro paisano pues  le hemos otorgado la nacionalidad colombiana sus amigos, podría decir engargolándose las gafas en sus orejas: “El poeta tiene una relación disfuncional con la vida”. Yo hasta estaría, mi querido poeta, por aceptar las palabras sentenciosas del psicólogo, siempre y cuando él aceptara agregarle a su diagnóstico esta vuelta de tuerca: “Pero no tiene una relación disfuncional con la poesía”.

Juan Manuel Roca
Bogotá, marzo 23 de 2013


MIÉRCOLES
se puede no se puede



con los traidores no se puede
con los traidores sí se puede sólo
hay que darles tiempo para que ordenen
el crimen con los charlatanes no se puede
con los charlatanes sí se puede sólo hay
que darles agua para que escupan
su baba con los asesinos no se puede con
los asesinos sí se puede sólo hay que
darles la noche para que asesten el golpe
con los falsos profetas no se puede con los
falsos profetas sí se puede sólo hay
que darles la mano para que hieran el ojo
con los amores imposibles no se puede
con los amores imposibles sí se puede
sólo hay que darles un mapa para que
entierren la aguja cuídate de los traidores
de los charlatanes de los asesinos de los
falsos profetas y de los amores imposibles pero
cuídate más de tu cuidado pues la prudencia
es torpe cuando juega a ser déspota y en su
desapacible tiranía prohíbe toda misericordia
para los amores imposibles los falsos profetas
los asesinos los charlatanes los traidores y otras
desdichadas criaturas de la inconmensurable realidad.

Alberto Rodríguez Tosca