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.VIENE y COMPLEMENTO DE
21 de octubre de 2015
TEXTO DE WILLIAM OSPINA en el LIBRO
Semblanza de un gran periodista y escritor
El
regreso del viajero
Por
William Ospina *
El martes 27 de octubre se cumplen cinco años de la muerte
del escritor Fernando Garavito (1944-2010), quien fue columnista de El
Espectador. Ese día se presentará “De la luna y el sol”, libro de
poemas editado por Letra a Letra.
EL ESPECTADOR .com CULTURA 24 OCT 2015 - 9:00 PM. Impreso
Oct 26
Fernando Garavito con su hija Manuela Garavito
Welton, en 2007. / Fotos: Archivo particular
La de Fernando Garavito fue siempre, incluso en sus primeros
poemas, una voz dirigida hacia afuera. La voz de un periodista, de un promotor
cultural, de un observador vigilante de la realidad de su país y de los
incendios de su época. Aquí su voz es otra, porque viaja hacia adentro. No
define las cosas sino que solamente las insinúa, las atrapa al vuelo como a un
perfume, las mira como a un pájaro momentáneo que vuela borrándose. Sus
palabras siempre tuvieron brío, gracia y ritmo: en estos poemas poseen una
música más misteriosa y más secreta.
Es la voz de un hombre que vuelve del mundo, donde libró sus
luchas y expresó sus verdades; que vuelve del combate de los conceptos y de la
danza de los estilos, y ya sólo desea ser, sentir lo milagroso del instante, lo
irreductible de toda presencia, los dones del silencio.
Varias veces se cruzaron nuestros caminos. Yo tenía veinte
años en Cali cuando Fernando Garavito y María Mercedes Carranza me abrieron por
primera vez las puertas de una publicación, y me concedieron “el arduo honor de
la tipografía”. El suplemento literario Estravagario **, de El
Pueblo, fue la más notable publicación cultural de aquellos años, y dio
testimonio de un momento magnífico de la vida artística y literaria caleña. Fue
un honor muy grande haber formado parte de ese proyecto.
Dejé de verlos por años, aunque no de seguir el rastro de sus aventuras periodísticas, de sus iniciativas culturales, de ese ejercicio continuo de creatividad y de responsabilidad social. Doce años después Fernando estaba en la redacción del diario La Prensa, en Bogotá, otro de esos momentos inspirados en que la aparición de un medio de expresión hospitalario revela de pronto todo el talento que en Colombia sólo espera una oportunidad para desplegarse, y allí de nuevo compartimos aventuras.
Más tarde fui testigo de la tenacidad del trabajo
investigativo de Fernando Garavito, de su actitud valerosa en tiempos
difíciles, y de su exilio tremendo, siendo una de las voces más respetables del
periodismo colombiano. Y aún no nos reponíamos de ese exilio cuando vino su
muerte.
En los últimos tiempos tuvimos por fin un breve intercambio
epistolar, y alcancé a renovar con él los lazos de afecto que nos habían unido
en Cali en los años setenta. Hoy me alegra saber que no ignoró que mi
sentimiento de amistad seguía idéntico a pesar de años de ausencia. Siempre me
dije que la vida nos iba a deparar nuevos encuentros. Pero no: en este mundo,
como dice el poeta, “para todo hay término y hay tasa / y última vez y nunca
más, y olvido”. Y llegó el día en que se cerraron los cielos.
Por eso me conmueve tanto que ahora aparezcan estos poemas,
tan distintos, y encontrar en ellos la música callada de alguien cuya voz
pública harto conocimos; encontrar esta voz conmovida y austera de alguien que
harto prodigó su elocuencia, su indignación, su ingenio y su ironía. Aquí se
ven otros colores, la mirada tiene otras luces y otras sombras, y descubrimos
una melancolía que corría subterránea por su conciencia, una sensibilidad de
momentos y de matices, de detalles significativos, un voluntario abandono de la
belleza convencional para detenerse en la penumbra de lo discreto y de lo
elemental.
No es la rosa ni el árbol
ni el durazno.
Es este mundo, el otro,
hecho de tierra.
Y entendemos que este era Fernando Garavito cuando estaba
solo, cuando no estaban con él ni los otros, ni las urgencias de la actualidad,
ni las tensiones de la política, ni las encrucijadas de la historia, ni el
deber de ironía ante la mascarada social. Este era él cuando estaba a solas con
la noche, con el sol y la luna, con la tierra del jardín.
Esta voz que se nos ofrece en fragmentos, en destellos, en
niebla y en perplejidad, ha de ser la voz del niño y del adolescente que fue
antes de las aventuras periodísticas y las empresas culturales, pero tiene que
ser también esa otra voz que no alcanzamos: la de sus duros años de exilio,
cuando esperaba que el siguiente viaje fuera por fin el regreso, y antes de que
la vida le dijera que el viaje que seguía era el
De lo que espera
al otro lado de la puerta.
Sentimos que el poeta ha comprendido que está viviendo lo
más valioso, lo irreversible, ahora entiende que nos han dado una única vida, y
que ésta, aunque parezca larga y vacía, consta de un solo instante milagroso
por el que desfilan y se abisman todas las cosas. Esta voz casi sin énfasis nos
habla de una vida que fue compleja, apasionada y verdadera. Nos dice que su
muerte en el exilio mostró al final cuán hondo y verdadero había sido todo.
Y en unos cuantos trazos sobre el exilio sentimos todo el
poder expresivo que cabe en una austeridad dolorosa, vecina ya al silencio:
Al llegar a la riba
bajan los pasajeros.
Hay banderas
y sombreros al aire.
Luego
todos regresan.
Todos,
menos uno.
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* Escritor y columnista de El Espectador. Capítulo del libro
“De la luna y el sol”.
http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com.co/2015_10_21_archive.html
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Cartas a la cafetería
En
memoria de Fernando Garavito
El periodista y escritor, conocido como “Juan Mosca”, murió
hace cinco años, en un accidente de tránsito en Nuevo México, EE. UU. Perfil.
Por: Gonzalo Guillén
EL ESPECTADOR .com CULTURA 27 OCT 2015 - 10:33 PM. Impreso 28 OCT
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