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Texto del poeta y crítico mexicano Héctor Carreto de presentación del libro doble de Juan Manuel Roca “Ciudadano de la Noche” y “La Farmacia del Ángel”.
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*** 24 de octubre, 2011, México D. F., 7:30 pm (hora local)
-- Ciudadano de la noche / La farmacia del ángel. Autor: Juan Manuel Roca. (Edición: Universidad Autónoma de Nuevo León y Ediciones Postada, 2011) Presentan: Héctor Carreto y Alma Karla Sandoval en compañía del autor. Lugar: Casa Refugio Citlaltépetl (Citlaltépetl 25 entre Ámsterdam y Campeche Colonia Hipódromo Condesa. México D. F. ) E-mail: contacto.casarefugio@gmail.com, apie@prodigy.net.mx. Click sobre la imagen para ampliarla.
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Texto del poeta y crítico mexicano Héctor Carreto de presentación del libro doble de Juan Manuel Roca “Ciudadano de la Noche” y “La Farmacia del Ángel”
Juan Manuel Roca: Ciudadano de la noche / La farmacia del ángel
Gracias al surgimiento de nuevos proyectos editoriales, como Posdata Ediciones, de Nuevo León, el lector mexicano puede tener acceso a la lectura de poetas hispanoamericanos importantes que están en plena madurez creativa, como es el caso que ahora nos ocupa, el del poeta colombiano Juan Manuel Roca, a quien conocemos muy bien en el medio literario nacional, ya que es invitado con frecuencia a festivales latinoamericanos como el de Morelia, y a espacios impresos, como la revista La Otra. A esas dos opciones de acercamiento a la obra del poeta, ahora se suma la del libro. Así, la joven editorial Posdata, en su bella, elegante colección Versus, en coedición con la Universidad Autónoma de Nuevo León, nos ofrece un par de libros en un solo volumen: Ciudadano de la noche, de 1989, y La farmacia del ángel, de 1995.
Me parece que no hace falta hacer mención de los numerosos e importantes reconocimientos que ha merecido Roca; tampoco haré mención de los demás libros que ha publicado, que son muchos, entre los que se incluyen otros géneros. Iré directamente a los textos de los libros que se presentan esta noche, a lo que me ha despertado su lectura.
En Ciudadano de la noche Roca siempre nos sitúa en espacios que guardan alguna semejanza con los lienzos de Giorgio de Chirico: escenarios amplios, en los cuales transitan, más que humanos, ventiscas y murmullos; espacios oscuros y con frecuencia en ruinas; más que cuerpos divisamos sombras largas, como en los cuadros del pintor metafísico. La noche reina sobre este páramo, pero es un mundo negro con un hoyo blanco, la luna, gracias a cuyos rayos podemos ver las siluetas de lo que ocurre; pero la noche también se manifiesta en el universo de los ciegos, en la casa sin invitados de César Vallejo, ¿la noche también puede manifestarse como negación?, ¿Cómo en “Arenga de uno que no fue a la guerra?, ¿y también en la nada, en lo que damos como inexistente, como en el poemas “Estaciones? No vemos el día en estos poemas, pero la noche no es estática: su movimiento lo advertimos en las mutaciones, en el discurrir de las sombras, en la naturaleza misma de luna; movilidad del tiempo, constante sensación de tránsito. “En la noche de caoba crecen los juncos / En ella escucho la letanía de los ciegos”, dicen los primeros versos de “La noche de caoba”; también alcanzamos a escuchar cascos de caballos y el rodar del tren como una sólida noche de fierro.
¿Ha oído usted al tren fogoneando al borde de su cama? Es como una noche que cruza entre la noche, como alguien que regresa de las fronteras del mundo.
Frente a la noche metálica se manifiesta la noche como una sombra del cuerpo, como una identidad independiente. En un alarde de imaginación, el fragmento III de “Poema con ladrones”, distinguimos a una sombra esperando fielmente a su dueño:
Hay ladrones que han adiestrado su sombra, su dócil sombra que evita entrar por las ventanas y que espera en la esquina de la noche la llegada agitada de su dueño.
La muerte también es una forma de la noche, como la lee la gitana en sus manos. La noche también forma una gran parte de la música negra, del blues y del jazz. En “Oyendo a Louis Armstrong” escuchamos la “voz ronca y fatigada” que nos narra, canta, la castigada noche de los esclavos, los linchamientos del Sur, las emboscadas del delta; nos canta desde la noche en un tugurio de Harlem, donde bluseros y jazzistas fraguaron su tradición musical, bajo la negra y giratoria luna del disco.
En un hermoso y delicado poema erótico, metáforas sugerentes nos enseñan el secreto e íntimo jardín nocturno que florece bajo la falda de una muchacha:
En esa orilla visito secretos jardines: la flor nocturna que riego debajo de su falda, la orquídea negra que crece en la grieta de sus muslos.
Noches en las cuales también brotan destellos, como aquel “puñal que palpita”, como la redada de sueños en la penumbra de un cuarto”, “las crines de un caballo en llamas”, y
…la lámpara Coleman parpadeaba sobre el libro y los cristales.
La luna, la misma luna, brillaba la coraza de los trenes.
En La farmacia del ángel, en cambio, me llaman la atención, por ejemplo, las dualidades, los juegos de espejos: las manos de una misma persona parecieran ser la misma mano, como en un juego de espejos. Sabemos que son dos, con tareas antagonistas, como el día y la noche, y que únicamente hacen tregua cuando tienen un mismo camino en común: dirigirse al cuerpo deseado. La multiplicación también se hace patente en los diferentes rostros de una persona; es decir, bajo sus múltiples máscaras. Roca nos recuerda que también el arte es una forma del espejo que refleja la condición humana. Contraria a la poesía de Roca, en constante movimiento, es la pintura, que congela el tiempo, como el personaje de Edvard Munch, atrapado en el momento del grito. Desde este lado del espejo, la voz del poeta le grita:
Hombre o mujer, endriago o fantasma, deje ya de gritar en ese puente que puede desplomarse con sus podridas vigas.
Salga ya del cuadro y dese a caminar por los pasillos del museo, salga del museo y camine entre los hombres.
¿No le aburre el mismo gesto crispado, el mismo dolor al óleo, fijo, indefinido en el tiempo del pintor? ¿No es un castigo su grito congelado a través de las edades?
Hombre o mujer, endriago o fantasma, su seco grito no logrará agrietar las paredes del museo. No llene de esos cantos –atronadores e inaudibles– mis oídos.
El poema “Relación de algunas habitantes” inicia con el verso “Los cristales se llenan de mujeres”, y el texto concluye con los siguientes dos versos: “Llegan, desaparecen en los espejos, / Y la casa del cuerpo se puebla y se despuebla”.
Libro de suposiciones, como lo muestra el poema “Monólogo del que no conoce nada”; de dudas, como “La segunda muerte de Lázaro” y “¿Qué vio la mujer de Lot?” Constante tránsito entre la realidad y la imaginación o el sueño, como lo escribe en “Arenga del que sueña”. Espacio ambiguo, fantasmal, poblado por muertos ya sin peso, ya sin voz; quizá sólo escuchemos el murmullo de los cántaros en la explanada de Comala. Presencia humana en silencio, como esa criatura que es como un ángel apareciendo en un hospital:
Vestida de blanco,
La niña entró al hospital
Corriendo tras su aro
Como si entrara a un espejo.
Los hombres con sus delgados
Brazos al aire
Miraban las agujas hipodérmicas
Con aire de faquires.
Ella era como un lirio
En mitad del matadero.
Atmósfera donde se confunden la realidad y la alucinación, la ilusión que produce ilusión.
Para terminar, quiero leer un poema breve en el cual Roca muestra, de modo admirable, la fragilidad del recuerdo y, por lo tanto, del tiempo:
En el patio de la infancia,
Dibujado con tiza,
El rostro de la niñez.
Empieza a llover.
Muchas gracias, Juan Manuel, por tu poesía; muchas gracias, Posdata, por publicarlo.
Héctor Carreto, 24 de octubre de 2011
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