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7 de julio de 2013
TRES MANERAS DE MIRAR LA LUNA
Texto leído en el evento
*** 26 de Noviembre, 2013, Bogotá, 6:30 PM
--- TRES CARAS DE LA LUNA ( 1 ), de Juan Manuel Roca. Presentación del libro con Guillermo Martínez González y el poeta. La Casa Tomada - Libros y Café * y Sílaba Editores * invitan Lugar: Lib rería Casa Tomada. Bogotá Transv. 19 Bis No 45D-63, Teléfono: 245-1655, libreriacasatomada@ gmail.com . ( 1 ): http://ntc-libros-de- poesia.blogspot.com/2013_07_ 07_archive.html // * http://libreriacasatomada. com/ , http://silaba.com.co/ / Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación. Publicado en: NTC ... AGENDA 248 , http://ntc-agenda.blogspot.com/2013_11_24_archive.html
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TRES
MANERAS DE MIRAR LA LUNA
Guillermo Martínez González
No puedo precisar de manera exacta el momento en que
conocí a Juan Manuel Roca, pero ese primer
encuentro se relaciona con las imágenes de una taberna escondida en una calle
cualquiera del centro de Bogotá, con el tintineo de vasos de cerveza y
aguardiente y en el trasfondo de una conversación
de comensales del alba, la música de un
bolerista de la Sonora Matancera, tal vez la voz nítida de Vicentico Valdés
buscando para su amante los aretes de la luna.
Me impresionó su actitud de amotinado al borde del
precipicio, el don de una parla implacable en el ejercicio de la lucidez, su
original pericia de prestidigitador de imágenes para descifrar el equívoco y la
precariedad de la condición humana. Una sobredosis de humor negro, la
confluencia de lirismo y laceración, de juegos de palabras que con implicaciones imprevistas y delirantes, ponían
en vilo el hecho de estar sobre la tierra, la pesadilla de vivir en un país
como Colombia. Y sobre todo, escarnecía, evitaba a toda costa, el lugar común,
la solemnidad y el patetismo, a los que parece tan propensa nuestra tradición literaria.
En aquella época, finales de la década de los años
setentas, se había publicado Luna de
Ciegos(1975), libro que había obtenido un premio en el Concurso de Cote
Lamus y que ahora se reúne después de
más de treinta años junto con Los
Ladrones Nocturnos (1977) y Ciudadano
de la Noche (1989) en esta reedición
titulada Tres Caras de la Luna (2013). Tres libros que tienen en común, la exploración de la noche, el sondeo de las
criaturas nocturnas en el tejido
invisible de una visión crepuscular, las sagas del miedo y la violencia, el
asalto del deseo en zonas que son como un bebedizo que invita al desdoblamiento.
Luna de
ciegos es un libro milagroso,
decisivo en la configuración de la voz de su autor. Anunció un tono distinto, irrumpió
de una manera detonante en el panorama de la poesía colombiana, estableció casi
de inmediato unos hilos secretos con toda una generación que lo convirtió en un
libro de culto; dotó a Roca de un aura de prestigio, de modelo que agitó el
ambiente, de eso tan necesario a la vida
de una poesía y que podemos llamar la figura con estro, el personaje que por
una particular irradiación ejerce un papel de magisterio, de polémica y concitación pública que va más
allá de la esfera de lo poético. Algo que desde entonces asumió con todo el
peso de las admiraciones y los rechazos que tal posición atrae y que con el
tiempo se ha afianzado con la
persistencia de una obra que no claudica
y una actitud de vigía que lo ha llevado tal vez al ojo de la tormenta de los
reconocimientos y la difusión en los ámbitos más amplios de la poesía actual de
Hispanoamérica.
Luna de
ciegos, avivó la discusión del
poema como acto de la imaginación, de recreación de la realidad. Mediante el
aporte de algunos elementos del surrealismo por las vías de Rimbaud,
Lautremont, César Vallejo, Pellegrini y otros; de un expresionismo turbulento y
cargado de los signos premonitorios de Tralk , Van Goh y Antonin Artaud, insistía
en la tradición mágica del hecho poético, en su inmersión en lo desconocido, en
su poder de transformar la vida y la historia de los hombres. Al recurrir a la
imagen, a la exaltación de los sueños y la libertad de los sentidos, como punto
de gravitación del poema, se exaltaba el asombro, el asalto que nos arroja
fuera de nosotros mismos, al ritmo del cosmos y la suspensión del tiempo.
Todo eso, esgrimido con pasión y muchas veces, hay que
decirlo, con un tono provocador y ortodoxo, en un momento en que la poesía
colombiana transitaba por distintas tendencias y si se exceptuaban algunas
voces, parecía imponerse una línea coloquial y directa a través de algunos
representantes de la Generación sin
Nombre, produjo necesariamente
disensiones y urticarias, posiciones
extremas que pretendieron negar la validez de una y otra expresión. Vista con
el paso del tiempo y desprovista de los excesos del momento, me parece que de
todas maneras fue una controversia saludable que sacó del letargo a la poesía
de esos días, que permitió que los contrincantes sin que abandonaran sus
posiciones y creencias, superaran las limitaciones de uno y otro bando,
coincidieran en el hecho de que más allá de los recursos utilizados, el poema
es ante todo un hecho de elaboración estética, de conocimiento de unos
elementos que no pueden identificarse de manera mecánica con la inmediatez y lo
obvio.
Luna de
Ciegos, me conmueve por la
fluidez de los hallazgos. Se revelan allí los temas y los elementos que después
serán ampliados y encontrarán mayor densidad a lo largo de la obra de Roca, sin
que ello implique que no aparezcan otros, como sucede, por ejemplo, en un libro
muy posterior como Las Hipótesis de Nadie,
esa apoteosis de la nada que envidiaría Lao Zé, ese no ser para tener la
ventura de ser alguien. La atracción por los ciegos, su bordoneo en la sombra
como adivinación de lo que puede sobrevenir, como metáfora de un espacio invasor
en el que se reconstruye el otro lado de la realidad, las historias obliteradas
por la vigilia, son aquí una obsesión, un elemento constante.
Los
ladrones nocturnos, como se ha insinuado
continúa la exploración de lo nocturno, contiene algunos poemas emblemáticos
como Un caballo negro pisa la música
o Poética, “Todas las noches me armo
de palabras/ para la blanca batalla que libro entre papeles”, amplía ese
universo hacia la ciudad, hacia sagas de una realidad más ulcerante, plagadas
de miedo.
Una criatura que magnetiza y confiere a los poemas
distintas posibilidades de significado es la del caballo. Las sabias manos de Juan Eduardo Cirlot
sugieren en su Diccionario de Sìmbolos,
una representación muy compleja y no bien determinada. Para algunos puede
simbolizar los deseos exaltados y los instintos y para otros puede ser
considerado presagio de muerte o guerra. Lo cierto, es que ambos elementos aparecen en estos
poemas, en algunos casos como vehículo
de libertad y erotismo, de belleza y plasticidad, y en otros como amenaza de
cacerías y matanzas, como metáfora turbulenta de las largas noches de miedo y
crimen que han asolado al país.
Ciudadano
de la Noche, publicado diez años
después, vuelve al mundo adivinatorio de los ciegos, a otra forma más densa de
mirar la luna, esa diosa protectora del misterio y los sueños, esta
vez desde un aire decididamente urbano. Introduce varios monólogos y canciones,
unas formas que le permitirán la creación refinada de una poética de varios matices
y resonancias en sus relaciones con los más disímiles oficios, la música, el viento
y los espejos. Se hace más visible la música, algo que estaba allí desde el principio,
que hacía parte de la arquitectura y la sonoridad del poema y que ahora amplía
sus referencias a una galería de músicos extraídos de la cultura popular; una
música que crea resonancias en la memoria, el viento y los viajes.
Virulencia y deslumbramiento. Lo que he querido decir
desde el principio, es que de esa tensión nacen los poemas de Roca. De ese
andar entre la guillotina y la melodía, se alimenta esta poesía que asigna al
arte el encantamiento del instante, el poder tener por siempre entre la página
a la mujer (o a la luna, es lo mismo) que se baña en el río, ese rio donde
Heráclito contempla el vértigo de la eternidad.
Más allá de los temas, lo que en definitiva concede
también originalidad a Roca es su capacidad de manipular el lenguaje. Su poesía
es ante todo un festín verbal. Se pueden encontrar las huellas de la búsqueda, las influencias que lo prodigan y, no obstante,
no deja de sorprender con el hallazgo
que traslada a posibilidades inéditas
Guillermo Martínez González
Bogotá, noviembre de 2013
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